
Ella le caía bien a todos mis sentidos, salvo cuando el marido era el tema de hablar. Cuando su confesión lastimó mis oidos me dije "no las escuches, no te ahogues en su mar". Yo abrí de par en par las puertas de mi alma y dejé que saliera mi secreto peor, disimulando lo triste y conservando la calma, le dije "aunque no lo creas, estoy buscando amor". Nos rendimos los dos, al fingir como tontos que yo era su marido, y ella mi mujer. Pero al cabo de un tiempo yo no quería ser su esposo y ella quiso volver a ser la dama infiel. Ahora ella está feliz, volvió con el idiota, yo recorro las calles buscando otra mujer. Y aprendí que mentirse tiene patas muy cortas, que siempre la costumbre va a matar al placer...
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